Hace un año me propuse hacer un trekking al Cerro Champaqui, invité a varios amigos pero nadie se mostró interesado en la propuesta.
Para el fin de semana largo del 1ro de mayo hubo varios grupos de Paraná que planeaban realizarlo, además de los viajes organizados por empresas que salen de Villa Gral. Belgrano, pero mi intención era hacerlo por mis propios medios y con poca gente, así que esperé una semana más para hacer mi intento.
En la búsqueda de información y un compañero me encontré con Fervi Nardin, quien ya lo había realizado varias veces e inmediatamente se mostró muy dispuesto a ayudarme y acompañarme. En cuatro días nos organizamos, los amigos de buceo del Club Estudiantes, nos dieron muchos consejos, datos, y coordenadas para el GPS.
Partimos de Paraná el 8 de Mayo, y nos alojamos en Villa Alpina, luego de un almuerzo liviano, mate en mano, salimos a recorrer este hermoso lugar, rodeado de pinos y de árboles que en esta época se tiñen color amarillo y ocre, un arroyo que baja cantando no se que canción, una majada de ovejas sobre la verde hierba completa el esplendoroso paisaje, y a lo lejos los cerros toman distintos tonos de verde o gris, según les de el sol.
Al atardecer, el silencio, la soledad, la paz, invaden el lugar. Momentos de reflexión y encomendarse a Dios para que nos guíe en la montaña.
Los últimos rayos de sol y el frío interrumpen nuestro éxtasis y nos vamos a la cabaña. Una cena y buen vino, regalo de una amiga, y a dormir, mañana empieza la aventura.
A las 7 horas nos estábamos levantando. Mientras Fervi cebaba unos mates, repasábamos la mochila, silencio y concentración, no había que olvidarse nada.
A las 8 horas ya íbamos por la cuesta del pinar, 11,30 horas descanso en Estancia Moisés López, a las 15 horas ya se veían los albergues de Escalante, Sara González, Escuela Florentino Ameghino y el Río Tabaquillo y nosotros absolutamente solos, nadie nos cruzo ni de ida ni de vuelta.
Encontramos rápidamente las señales que nos guiaban a nuestro refugio, puesto 51 de Héctor González, pero todavía quedaba camino por recorrer.
Llegamos al puesto, unas pocas gallinas sueltas, algunos chivos y ovejas en un corral de piedras y un pequeño perrito nos daban la bienvenida, daba miedo romper el silencio y alterar la vida de los pobladores, si los había . . .?, unos tímidos golpes de mano y “un buenas tardes” hizo que apareciera por una baja y angosta puerta, un viejo, encorvado, sin dientes y abrigado con un saco marrón, nos invitaba a pasar con esa tonada tan especial que tienen los lugareños, pero que yo no podía entender.
Una vez en el interior, un patio chico, piso de piedras chatas, construcciones de piedra en varios desniveles, con puertas y ventanas muy pequeñas aumentan mi desconcierto y asombro, en eso, salen de la cocina: Don Héctor, tres niñas y un joven.
Nos acomodamos en un albergue, por supuesto: estábamos solos, y empezamos el mano a mano con el ansiado mate y biscochitos de la tardecita. La caída del sol llegó, también la noche y con ella la oscuridad y nosotros inmersos en nuestros recuerdos de juventud y amores, hasta que el joven, iluminado con un farol, nos llamó para la cena. Guiso de arroz, vino y mas recuerdos hicieron rodar una lágrima por la rugosa mejilla de Don Héctor, cuando contaba como se ganaba la vida su padre en la recolección de mica.
Un brindis y un deseo de felicidad señaló el momento de irnos a dormir. Cuando pasamos por el patio nos sorprendió la cantidad de estrellas y una luna que se asomaba entre los cerros. Maravilloso.
A las 8 horas del día siguiente, café negro, pan casero y mermelada y ya estábamos listos para continuar la marcha. Caminamos por la margen del Río Tabaquillo hasta llegar a la escuela, cruzamos el río y nos guiábamos por las marcas de tres piedras puestas para ese fin, solo que había muchas, entonces el GPS nos sacó las dudas. Pasamos La Tranquera, llegamos a La Cueva, donde descansamos y comimos algo, luego trepamos por el tobogán y cumbre. Abrazos, emoción, llanto, sentimientos encontrados y raros que el fuerte viento se encargo de disimular.
Nos protegimos del viento y el frío detrás de unas rocas, almorzamos y descansamos por casi una hora y a las 14 horas iniciamos el descenso. Cuando llegamos a la zona de las 2 Cascadas no separamos del camino para unas fotos y al volver, nuevamente las dudas y erramos algunas sendas, otra vez el GPS tendría que aportarnos lo suyo, solo que en este caso también nos equivocamos al darle el destino. Por supuesto no había grupos ni adelante ni atrás de nosotros, entonces y por suerte, la serenidad se hizo presente y pudimos encontrar el rumbo, corregir el GPS y llegar a nuestro alberge justo cuando empezaba a ponerse frío y unas nubes aceleraban el ocaso del día.
Bifes a la criolla y vino fue nuestra cena, queso y dulce de postre. Esta vez, no vimos las estrellas al pasar por el patio.
Al otro día, muy temprano, nos despedimos de Don Héctor y su hijo, bajamos tranquilos, despacio, haciendo planes, charlando, como queriendo prolongar esos momentos, disfrutando el día, la amistad que supimos conquistar y la paz interior que nos envolvía, ¿Acaso, esta no era la cumbre que fuimos a conquistar?